La aspereza del paisaje Llora latidos de las colegialas/colegas [ de mi calle He podido sufrir bajo el agua Gritos de la carne Y horas y horas de televisión Cuando todo duerme Y parece que las cosas funcionan.
Un ligero dolor de espalda Y el recuerdo de que cambia Para seguir igual Crece el pelo Y las llagas Y los ojos Y suelo pensar En todos esos que muerden los objetos Para leer mejor.
Una pequeña flor blanca En el centro de la carretera La niebla serpentea El calor de las linternas Volviendo a saborear despacio La gelatina de tu lengua Y el papel amarillo de tu frente grande.
Supongo que uno vive siempre solo Escondido tras las cortinas Entre la primera y segunda [ capa de asfalto Contraído como los gatos muertos Y sonriente como los vecinos ricos.
Acción- reacción. Se extienden mis latidos hasta la zona exterior de tus brazos. Esa voz extraña tiene algo de monstruo fantasmal maravilloso. He apilado unos cuantos libros que quisiera leer en este mismo instante. Debo aplazar mi existencia creando sudor bajo mis axilas. Respiro despacio y continuo. Tengo la curiosa sensación de que nos hemos visto antes, de niños, en una excursión que hice con mi padre en un coche de alquiler.
Todas las aspiraciones del que siempre creyó en su fracaso. Uno es un simulacro de uno mismo reflejado en el agua quieta. Espero que escondas todas las uñas en un cuenco de cristal medianamente transparente. Me sorprendo al ver que no te has movido ni un milímetro. Aunque, claro, el espacio y el tiempo son una broma. Colecciono animales raros, con raros me refiero a no habituales en los hogares de los madrileños o de las abuelas solas que no cosen. Saco la mano por fuera de la ventanilla. El alma del polvo tiene algo de esos espíritus de las películas mudas.
Al teclado de tu espalda le falta el signo de interrogación. Vives entusiasmado porque conoces tu cansancio. Y los silenciosos son puros como el agua embotellada de los centros comerciales. Los teléfonos traen a la noche noticias de disturbios juveniles en la India. Hay un pequeño insecto que aparentemente sólo morirá una vez en los próximos segundos. Las mujeres prefieren llorar a comprar un arco y flechas nuevas. Las cosas funcionan así. Acción- reacción.
Existe la creencia popular, bastante paradójica, de que el pop es algo simplón y escasamente elaborado. Lo cierto es que no, especialmente desde finales de los 60, cuando la música popular gana en matices (más, al menos, que en décadas anteriores). Podría decirse que ha enriquecido sus propuestas con planteamientos conceptuales y arty y con la consiguiente búsqueda de una comunión musical global con el ciudadano de a pie. No es casualidad tampoco que figuras como los Rolling Stones llenen estadios y vendan millones de discos año tras año después de tanto tiempo de haber caído musicalmente en picado. Tocaron algo, movilizaron emociones (en el caso de Sus Satánicas Majestades muchas de carácter sexual) que agitan a todo individuo actual y futuro, pero sobre todo presente y eterno. Debería hacer pensar que Beatles o Stones ya aparezcan en libros de Música de muchos escolares.
El pop está aquí, desde entonces, para quedarse. Apenas dos minutos y el mundo posee pleno sentido. Una melodía, algo que podrá repetirse casi idéntico minutos después y que vive instalado como un tatuaje mental. Quizás la música popular es la forma definitiva de poesía. La democratización de la misma. La música clásica (bueno, Elvis ya sin matices, es un clásico contemporáneo) exige muchas veces un proceso de intelectualización. El pop (sólo alguno, claro) ha introducido sus elementos en cualquier estrato social, convirtiendo a otras músicas en elitismos carentes de sentido y puramente huecos. Con eso no digo que escuchar música clásica sea un error o no sea válido. Ayuda a la comprensión del individuo musical, y mucho. Pero sería como decir que sólo Velázquez es válido (cuando además hay quien posee esa actitud) y que el resto son simples aficionados. No querer ver lo fundamental de Duchamp no quiere decir que no lo sea. De todos modos, la creación puramente contemporánea es la música popular y creo que sería difícil aportar datos concluyentes que demostraran lo contrario. La otra, la de corte clásico, posee desafortunadamente connotaciones clasistas que no seré yo quien desmienta y que ha alejado a mucho de su posible público. Poner en duda hoy a, por ejemplo, Suicide, sería como hacerlo con Pollock en un terreno como el de la pintura. Sería además no entender que está pasando en un mundo moderno y cambiante. Negar el ruido, la contaminación, el caos diario, los delitos…Algo como no aceptar los cambios y acabar creyendo que el mayor logro humano queda, pongamos por ejemplo, en la Edad Media es casi cómico. Puede que sea un desastre, pero quizá porque nosotros seamos un desastre. No hace más que reflejarnos. Lo otro es negar lo que somos.
El punk, pongamos otro caso, es el mayor acto subversivo desde la Revolución Francesa (y que conste que no es una idea nueva, Greil Marcus lo demuestra a la perfección en su Rastros de carmín). Un potencial arrojadizo y subversivo ampliamente demostrado. Esa evidencia (véanse los 60 y los 70 y sus respectivas revoluciones fracasadas) muestra como ambas líneas estaban íntimamente unidas y como con el auge de una hacia crecer la otra. Eso es historia. Música popular y cambio. Nadie, creo, se plantea algo demasiado revolucionario con Haendel (teniendo en cuenta que el cambio es positivo, claro). Bethoven o tal vez Wagner sean la excepción (Apocalypse Now demostró ese potencial actualísimo). Sobre todo porque poseían una validez juvenil y transformadora. Eran visionarios de lo impredecible de la energía en la música. Ya decía alguien que el primer punk fue uno de ellos.
Luego ocurre algo más paradójico si cabe. También se ha creado una línea dentro de la música popular con clara vocación elitista. Música que a veces uno transita. Especialmente porque las listas de éxitos parecen de risa. Eso sí, están desvirtuando un potencial que se pierde, pongamos otro caso, en las monerías y pechos recauchutados de Mariah Carey (y que conste que no es la peor del panorama). No es que tenga nada de malo, sino que sería como tener la bomba atómica y meter en su interior flores marchitas. Baja tolerancia a los elitismos pues. La crítica impulsó demasiado (para compensar muchas otras carencias) un modelo de creador musical que bajo la coartada de lo popular acababa haciendo algo de difícil comprensión, por no decir un ejercicio sin sentido (y no me refiero al ruido, quizás la penúltima y gran revolución musical). El futuro, y esto es un juicio personal, está justo en ese extraño lugar donde se une cierta calidad y proximidad emocional con el oyente. Puede que la bomba atómica que nos llegue a todos esté ahí. Y ese es un pensamiento generacional. El de una generación que tal vez cree que toda la sabiduría moderna (la poca que existe) está encerrada en eso que hemos venido a llamar pop.
Conspiración de uno mismo Las puertas cerradas tienen sabor [a lengua de tabaco. Existen personas que sólo lloran Unos segundos en sus vidas. Siempre se vive emocionado por el futuro No por el pasado medianamente eterno.
Habrá suicidios colectivos Cuando no pueda llorarse A determinadas horas de la noche. Y no falta demasiado –legalmente Para eso.
A mediatarde Las ofensas duelen más Por el sueño o Por las ganas de morir durmiendo.
Comencé a escribir, sí, Cuando tuve miedo por mí mismo. Saqué un extraño virus Que habitaba en una parte recóndita [de mi cuerpo rígido.
He podido ver Como las personas Conviven con extraños monstruos A los que ponen cariñosos apodos Y besan en cuclillas, Un poco en silencio.
Creo que visitaré la recepción de tu nombre, El aliento ágil de los tristes, El alma derruida de los que gustamos De llamarnos horriblemente honestos (sic).
El plan consiste, esencialmente, En resistir, borrar recuerdos Los contactos a bolígrafo Y convertirte en un ser social perfecto, Como una máquina de sonreír sin tiempo.
Suelo viajar con las manos en blanco y negro. Una vieja foto de una estrella de cine peinando su pelo negro grasiento suele acompañarme en mi pequeña cartera de piel marrón. Las conexiones entre piel y sentidos. Puedo verlo todo en tonos claros, como ver el sol con los ojos cerrados. Voy persiguiendo esos movimientos fugaces que abandonaste -bebés huérfanos- en la noche. Céline no tiene nada que ver (no lo metáis en esto). Dejaste ese estribillo de Pink Floyd en el aire como un mandamiento a los viejos chicos de dentadura postiza y toda esa culpa irreal que uno aprende en los libros de otros.
Eran cerca de las dos de la tarde. Me pareció oír que decía algo, pero no supe muy bien el qué. Me estiré y adopté una posición que cambié inmediatamente cuando ella atravesó la puerta de la sala. El día era caliente y nublado. Ella llevaba una camiseta clara con puntilla negrísima en los bordes. Parecía bastante sexy así. Se sentó a mi lado y pude notar su piel más fría que la mía. Se rió al mirarme y no supe muy bien el por qué. Tampoco me molestó demasiado. Nos habíamos conocido ayer mismo. Ambos habíamos bebido mucho, sobre todo whisky caro con Pepsi, que es una combinación de extraño sabor y bastante rara de ver (sobre todo porque en este país ha triunfado mucho más la Coca-Cola). Al conocerla no pensé en nada importante. Creo que leía a filósofos griegos sobre todo, Herodoto y esas cosas. Estuvimos hablando un buen rato de la novela norteamericana moderna, ambos llegamos a la conclusión de que Norman Mailer era difícil de superar. En ese instante supe, sin demasiadas dudas, que pasaríamos la noche cerca. Llegar a acuerdos por la noche es un síntoma de éxito en cualquier terreno (el sexual especialmente). Fue entonces cuando me fijé en sus pupilas dilatadas como de adolescente enamorada. Llevaba el pelo liso y una camiseta de tirantes blanca que le marcaba mucho su pecho mediano y afilado. Respiraba deprisa, supongo que porque había bebido y vivido deprisa esos días atrás. Nos besamos como quinceañeros en una esquina del bar a ritmo de una música que no nos gustaba a ninguno de los dos. La gente saltaba y reía a nuestro alrededor sin detenerse demasiado en nosotros. Nos alejamos de allí abrazados como dos amantes que se conocen de toda la vida. Llegamos a su casa y lo primero que hizo ella fue colocar en el lector un álbum de los Stone Roses que sacó deprisa de su caja. La música iba creciendo en intensidad mientras nosotros no decíamos apenas nada. Sacó un poco más de whisky, por lo que me dijo comprado esa misma tarde, y nos pusimos a beber en silencio. Me dolía un poco la garganta. Me lleva doliendo mucho desde que doy clases a adolescentes imberbes sobre filosofía clásica y que muchos dicen “obligatoria” desde organismos oficiales. No leo casi ninguno de los filósofos sobre los que doy clase. Mientras pienso en ello me doy cuenta de cómo ella ha apagado alguna de las luces de la pequeña habitación. Le digo que voy al baño. Como en casi todas las casas está al fondo a la derecha. Es un espacio amplio, con grandes ventanales blancos que dan a un patio de vecinos. La ventana está entreabierta a la noche. Se puede escuchar a una pareja discutir. A veces, en un mismo edificio pueden convivir todos los estados posibles de una pareja. Me miro detenidamente al espejo. Estoy un poco pálido. Me mojo con agua fría la cara y el pelo y me seco con una toalla azul oscura que debe llevar varios días allí. Tiene tacto como de estar bastante usada y lavada. Hay un par de cajas de tampones a la vista. También un rollo de papel higiénico acabado. Aunque está todo un poco desordenado no está sucio. Cuando le doy a la palanca del agua, no sale apenas nada y sólo clarea un poco mi orina. Apagó las luces y me vuelvo al pequeño saloncito en mitad de la casa. Parece un piso de estudiantes universitarias. Luego nos ponemos a hablar tímidamente de series de televisión. En ese rato, había encendido el televisor y lo había dejado en silencio. Un altavoz rojo tachado aparecía a una esquina del aparato. Me quedé mirando sus piernas y me gustaron inmediatamente. Eran como de alguien más joven y salvaje. Se reía de algunas de las cosas ingeniosas que a veces produce el alcohol. Se había descalzado también en ese rato. Siempre me gustó ver a una mujer con vaqueros y descalza. Es una combinación bastante sensual. No es fetichismo, creo yo. Jugaba con su pelo y me miraba inquieta. Supongo que los dos queríamos besarnos pero ninguno se atrevía a hacerlo. Me habló de su trabajo en una agencia de publicidad. Llevaba anuncios de Nestlé en España y de algún gran hipermercado en la ciudad. Le dije que me gustaba pasear por los centros comerciales y mirar discos de saldo. Por el gesto, a ella le pareció bastante singular y agradable mi afición. De repente, como en un impulso, me lancé a besarla. Nos echamos torpemente en el sofá sin dejar nunca de acariciarnos. Pasó un rato largo de intercambio de nosotros mismos. Besar labios nuevos es huir un poco de uno. Después paró repentinamente y dijo que iba a buscar un cigarrillo. Lo fumó lentamente mientras me acariciaba una de mis piernas excitadas. Sonreía y no decía demasiado. Mirándome a los ojos me dijo que podía quedarme a dormir en el sofá. A su compañera, creo que llegó a decirme, no le importaría. Podía coger unos bollos y galletas dietéticas para desayunar si ella todavía dormía a la mañana siguiente. Era sábado por la noche. Ya comenzaba a clarear el día. Se podían escuchar los pocos pájaros que quedaban en la ciudad inmensa. Me dio una manta y me anunció, entre bostezos, que se iba a dormir. Estaba muy cansada y algo borracha. Se peinó el pelo con las manos y bostezó más aún. Me plantó un beso fugaz y lúbrico, para luego decirme que se iba a dormir. Hasta mañana. Y se fue arrastrando los pies. Me tapé con la manta que me había dejado doblada a un lado. Picaba y no me dejaba dormir fácilmente. Además, con la luz que entraba por las persianas se hacía todavía más difícil. En una estantería barata, probablemente de Ikea y hecha por ella misma -estaba un poco desequilibrada-, pude ver un libro de Schopenhauer sobre las mujeres y la muerte. En ese instante llegué a la conclusión que era sobre lo único que merecía la pena escribir. El lunes mis alumnos recibirían de mí una clase sobre esos dos “únicos” temas. Les pediría una redacción sobre su vida adolescente. Con Kant no se estaban enterando de nada. Tenía frío en las piernas.
Las mentiras Hielan la sangre de los niños Bizcos y huesudos Nunca he llorado por triste Más bien ha sido Por el calor-frío de esas mismas mentiras
El Kaiser desnudo piensa (en) dormir Día y noche Y (en) todas las ficciones posibles Y (en) esa piel de los pescados De la tienda barata del centro
Cuando llega, de repente, la noche Me recojo en tus abrazos La piel pálida que no vendes Y beso la inexistencia del mal
Ocurre que la casualidad de ti Y de ti Me llevan a huir A mirar esos gestos Que crees invisibles
He hecho de mi vida un cuadro mal pintado Un retrato verde oscuro Donde todas las frutas incomestibles Serpentean tu cuerpo salado Afilando los cuchillos a mediatarde Apenados como viejas sin nietos
La realidad de tus pecados Choca (de frente) Con las películas de serie B Que no deseo que terminen Nunca
Ojeo discos Como quien sondea el alma de los monos La temperatura de tu excitación Que es la mía
Arde la zona blanca de tus ojos Y los sueños vuelven (a) la punta De mi frente Cuando despierto a este mundo Hecho de trozos secos Y algún destello de algo como tú
Utilizo todas tus palabras Como un hechizo del mar seco Un espíritu de las cosas que no diré Vuelvo a escribir sobre mí Y sobre todos nosotros